Tu curva humilde, forma silenciosa,
le pone un triste anillo a la basura.
En ti se hico redonda la ternura,
se hizo redonda, suave y dolorosa.
Cada cosa que encierras, cada cosa
tuvo esplendor, acaso hasta hermosura.
Aquí de una naranja se aventura
la herida piel que en el olvido posa.
Aquí de una manzana verde y fría
un resto llora zumo delicado
entre un polvo que nubla su agonía.
Oh, viejo cubo sucio y resignado,
desde tu corazón la pena envía
el llanto de lo humilde y lo olvidado.
(Canción sobre el asfalto, 1954)
Después de estudiar las características de otros géneros (narración y teatro), se trataba de jugar con ellos y transformar unos en otros. Julio (4º de ESO) convirtió ese poema en el siguiente relato:
"Cerré la puerta con un gran golpe. Corrí todo lo que pude hasta saciar mi desahogo. Otra vez mi hermano había destrozado la casa con otra de sus grandes fiestas. Mamá estaba hecha una furia, y yo no podía aguantar más entre esos gritos. Fatigado, llegué a un callejón y me acurruqué en una de sus frías esquinas, justo enfrente de un cubo de basura.
Pensándolo bien, me sentía realmente solo y abandonado, como él, apartado en un lugar oscuro y húmedo. Con curiosidad me acerqué al cubo. Tímidamente levanté la tapa y vi cosas verderamente interesantes, cosas que habían tenido un uso y que, después, se desprendieron de ellas sin ninguna consideración. Estaba totalmente identificado con ellas: yo también había sido importante en mi familia, y llegué hasta este punto en que ahora se han olvidado de mi, como si no existiera.
Fijándome en su interior, vi una peladura de naranja, yo me sentía igual, despojado del cuerpo, tirado y olvidado. A su lado, también se encontraba una manzana y, al igual que yo, lloraba por encontrase olvidada.
Era algo sorprendente. Compartía mis sentimientos con un viejo cubo de basura, me sentía identificado con él emocionalmente. Él sí me valoraba y me escuchaba, era como yo: tímido y humilde.
Por eso todas las tardes, desde aquel día, vengo a hablar un rato con él."