La perspectiva desde la que se cuenta la historia hace que ésta tenga uno u otro sentido. Mira en este anuncio del periódico inglés The Guardian la importancia de un punto de vista al contar una historia.
El narrador y el autor: Tienes
que saber que en los relatos una cosa es el autor/a (el individuo de carne y hueso que escribe publica y cobra
por ello) y otra la voz que relata la
historia: el narrador. El autor de
una narración puede aparecer él mismo como narrador, o puede preferir que sea
un personaje de la propia historia, o una voz exterior, quien haga de narrador.
La historia por sí misma no tiene narrador, el autor elige el ángulo de visión,
la perspectiva, desde donde quiere que sea observada y decide un narrador; por
tanto, está "manipulando" la historia: selecciona acontecimientos y
los presenta de una determinada manera.
Hay
dos formas fundamentales de narrar:
-
Desde el exterior de la historia: Narrador exterior.
- Desde el interior de la historia:
Narrador-personaje.
A) Desde el exterior (en 3º persona): Es una voz que no participa en la historia y la cuenta desde fuera de ella, da una sensación de objetivismo o distanciamiento, en mayor o menor grado, según los tipos:
Narrador omnisciente: Es el más utilizado: Adopta la
perspectiva de Dios: sabe todo de los personajes, su pasado y su futuro, lo que
piensan y lo que hacen, sabe lo que pasa en varios sitios a la vez. Es el
"propietario" de la novela y de sus criaturas (es su creador), y se
manifiesta como tal; puede incluso dar opiniones y hacer valoraciones sobre
ellos. Lo puedes comprobar en La aventura
de la acróbata ahorcada de Ellery
Queen y en este fragmento de Gabriel García Márquez:
Cuando el pirata Francis Drake asaltó a Riohacha, en el siglo XVI, la bisabuela de Úrsula Iguarán se asustó tanto con el toque de rebato y el estampido de los cañones, que perdió el control de los nervios y se sentó en un fogón encendido. Las quemaduras la dejaron convertida en una esposa inútil para toda la vida. No podía sentarse sino de medio lado, acomodada en cojines; y algo extraño debió quedarle en el modo de andar, porque nunca volvió a caminar en público. Renunció a toda clase de hábitos sociales obsesionada por la idea de que su cuerpo despedía un olor a chamusquina. El alba la sorprendía en el patio sin atreverse a dormir, porque soñaba que los ingleses con sus feroces perros de asalto se metían por la ventana del dormitorio y la sometían a vergonzosos tormentos con hierros al rojo vivo. Su marido, un comerciante aragonés con quien tenía dos hijos, se gastó media tienda en medicinas y entretenimientos buscando la manera de aliviar sus terrores. Por último liquidó el negocio y llevó la familia a vivir lejos del mar, en una ranchería de indios pacíficos situada en las estribaciones de la sierra, donde le construyó a su mujer un dormitorio sin ventanas para que no tuvieran por donde entrar los piratas de sus pesadillas.
En la escondida ranchería vivía de mucho tiempo atrás un criollo cultivador de tabaco, don José Arcadio Buendía, con quien el bisabuelo de Úrsula estableció una sociedad tan productiva que en pocos años hicieron una fortuna. Varios siglos más tarde, el tataranieto del criollo se casó con la tataranieta del aragonés. Por eso, cada vez que Úrsula se salía de casillas con las locuras de su marido, saltaba por encima de trescientos años de casualidades, y maldecía la hora en que Francis Drake asaltó a Riohacha. Era un simple recurso de desahogo, porque en verdad estaban ligados hasta la muerte por un vínculo más sólido que el amor: un común remordimiento de conciencia. Eran primos entre sí. Habían crecido juntos en la antigua ranchería que los antepasados de ambos transformaron con su trabajo y sus buenas costumbres en uno de los mejores pueblos de la provincia. Aunque su matrimonio era previsible desde que vinieron al mundo, cuando ellos expresaron la voluntad de casarse sus propios parientes trataron de impedirlo. Tenían el temor de que aquellos saludables cabos de dos razas secularmente entrecruzadas pasaran por la vergüenza de engendrar iguanas. Ya existía un precedente tremendo. Una tía de Úrsula, casada con un tío de José Arcadio Buendía, tuvo un hijo que pasó toda la vida con unos pantalones englobados y flojos, y que murió desangrado después de haber vivido cuarenta y dos años en el más puro estado de virginidad, porque nació y creció con una cola cartilaginosa en forma de tirabuzón y con una escobilla de pelos en la punta. Una cola de cerdo que no se dejó ver nunca de ninguna mujer, y que le costó la vida cuando un carnicero amigo le hizo el favor de cortársela con una hachuela de destazar. José Arcadio Buendía, con la ligereza de sus diecinueve años, resolvió el problema con una sola frase: “No me importa tener cochinitos, siempre que puedan hablar.” Así que se casaron con una fiesta de banda y cohetes que duró tres días. Hubieran sido felices desde entonces si la madre de Úrsula no la hubiera aterrorizado con toda clase de pronósticos siniestros sobre su descendencia, hasta el extremo de conseguir que rehusara consumar el matrimonio.
Cien años
de soledad, 1967.
Este tipo de narrador permite cambios de un
lugar a otro para contemplar sucesos que ocurren simultáneamente, saltos en el
tiempo, viajes del interior al exterior del personaje..., todo ello sin tener
que justificar nada. Estas ventajas son las que le hacen ser fácil de emplear,
y así se ha venido haciendo desde la Biblia hasta los cuentos populares. Pero
tiene también peligros e inconvenientes:
Con esta perspectiva se puede llegar
a manipular a los personajes, haciéndolos poco creíbles, pareciendo más que
personajes, marionetas de su autor-narrador. Lee el texto de Baroja y lo
comprobarás:
La vida en la casa le pareció a Andrés
más simpática que en la fonda. Por las tardes, después de las horas de
bochorno, se sentaba en el patio a hablar con la gente de la casa. La patrona
era una mujer morena, de tez blanca, de cara casi perfecta; tenía un tipo de
Dolorosa; ojos negrísimos y pelo brillante como el azabache.
El marido, Pepinito, era un hombre
estúpido, con facha de degenerado, cara juanetuda, las orejas muy separadas de
la cabeza y el labio colgando. Consuelo, la hija de doce o trece años, no era
tan desagradable como su padre ni tan bonita como su madre.
El árbol de
la Ciencia, 1913.
Desde esa perspectiva tan alejada se corre también el
peligro de la generalización, de contar "por encima", como resumiendo
(así suelen hacerlo los cuentos infantiles), con lo que el relato tendrá poco
interés.
Éste es el mayor peligro que presenta para ti este
narrador, por otro lado tentador debido a su facilidad. Te aconsejo que lo
evites, hay otras posibilidades, pelín más complicadas, pero más gratificantes.
Es el caso de:
El narrador omnisciente
desde un punto de vista subjetivo (desde la perspectiva de un personaje) El narrador omnisciente en ocasiones desciende de lo
alto, se coloca en la perspectiva de un personaje y cuenta la historia, toda o
una secuencia, desde ese punto de vista. Lo puedes comprobar en los relatos de James M. Cain, Hombre
muerto, (p. 135) y de P. Highsmith, Un
suicidio curioso. En este relato de Cortázar se aprecia con claridad,
incluso el narrador deja de contar cuando el personaje pierde el conocimiento:
A mitad del largo zaguán del hotel pensó que debía ser tarde, y se apuró a
salir a la calle y sacar la motocicleta del rincón donde el portero de al lado
le permitía guardarla. En la joyería de la esquina vio que eran las nueve menos
diez; llegaría con tiempo sobrado donde iba. El sol se filtraba entre los altos
edificios del centro, y él -porque para sí mismo, para ir pensando, no tenía
nombre- montó en la máquina saboreando el paseo. La moto ronroneaba entre sus
piernas, y un viento fresco le chicoteaba los pantalones.
Dejó pasar los ministerios (el rosa, el blanco) y la serie de comercios
con brillantes vitrinas de la calle Central. Ahora entraba en la parte más
agradable del trayecto, el verdadero paseo: una calle larga, bordeada de
árboles, con poco tráfico y amplias villas que dejaban venir los jardines hasta
las aceras, apenas demarcadas por setos bajos. Quizá algo distraído, pero
corriendo sobre la derecha como correspondía, se dejó llevar por la tersura,
por la leve crispación de ese día apenas empezado. Tal vez su involuntario
relajamiento le impidió prevenir el accidente. Cuando vio que la mujer parada
en la esquina se lanzaba a la calzada a pesar de las luces verdes, ya era tarde
para las soluciones fáciles. Frenó con el pie y la mano, desviándose a la
izquierda; oyó el grito de la mujer, y junto con el choque perdió la visión.
Fue como dormirse de golpe.
Volvió bruscamente del desmayo. Cuatro o cinco hombres jóvenes lo estaban
sacando de debajo de la moto. Sentía gusto a sal y sangre, le dolía una
rodilla, y cuando lo alzaron gritó, porque no podía soportar la presión en el
brazo derecho. Voces que no parecían pertenecer a las caras suspendidas sobre
él, lo alentaban con bromas y seguridades. Su único alivio fue oír la
confirmación de que había estado en su derecho al cruzar la esquina. Preguntó
por la mujer, tratando de dominar la náusea que le ganaba la garganta. Mientras
lo llevaban boca arriba hasta una farmacia más próxima, supo que la causante
del accidente no tenía más que rasguños en las piernas. "Usté la agarró
apenas, pero el golpe le hizo saltar la máquina de costado..." Opiniones,
recuerdos, despacio, éntrenlo de espaldas, así va bien, y alguien con un
guardapolvo dándole a beber un trago que lo alivió en la penumbra de una
pequeña farmacia de barrio.
La noche boca arriba, 1956.
Este narrador tiene la
ventaja de que con él se evita el peligro de manipulación de los personajes y
la tendencia a generalizar, pues, al construir la historia desde una óptica
subjetiva, se gana en concreción y riqueza de detalles, sin perder del todo el
tono objetivo de la 3º persona. Te exigirá un poco más de esfuerzo, el de
situarte en la piel de otro, pero eso también tiene su satisfacción.
Esta forma de narración se puede combinar con el narrador omnisciente, dándole una mayor variedad y riqueza. Mira qué bien lo hace Andreu Martín:
Salvador Gallego Perea es un hombre cansado desde primera hora de la mañana. Hasta un momento determinado de su vida (él dice que hasta el día en que se casó), no había nadie tan vital y tan buen mozo como él. Ahora, cada vez que se mira al espejo, siente nostalgia de otros tiempos mejores. Se le han formado bolsas bajo los ojos y sus pupilas son inexpresivas como las de un pez. Trata de recordar cuando era un tipo elegante, bien plantado, de sonrisa constante y cautivadora, cuando se llevaba de calle a todas las hembras que le gustaban y cuando en la Brigada con él entraba la alegría, las bromas, las risas y las palmaditas en la espalda. Todo eso ha quedado tan lejos ya, ha tenido tantas decepciones desde entonces… Hubo una época en que se palpaba la barriga creciente y pensaba “Te tienes que cuidar, tú” Ahora está hecho un tonel. Ya se sabe, la bebida, la desgana, total… Le echa la culpa de todo a la Pilar. Delante del espejo, abre la boca en una mueca, en un esfuerzo por poner todos sus dientes al descubierto. Ve nicotina, y sarro, y caries, y recuerda sus sonrisa deslumbrante cuando entraba en las salas de fiestas y todas las tías le enseñaban el escote, ofreciéndose gratis, ¡gratis, todas las que quieras!, y cierra la boca porque le da asco. Todo le da asco, ya. Le da asco la casa en que vive y la mujer con quien vive, y los dos hijos que tienen, que más valiera no haberlos tenido, granujas que están hechos. Y, lo peor de todo es que se da asco a sí mismo. Si no se hubiera casado, no tendría esa barriga ni esa pinta de amargado, porque la culpa de todo la tienen Pilar.
Y mira que era guapa la Pilar. Y mira que tenía cosas que agradecerle a él. Trabajaba de bailarina en el Molino y, de no ser por él, habría terminado en la Bodega Bohemia, haciendo el ridículo, o de pajillera en el Barrio Chino, porque se movía como un burro cargado de pienso, pobrecita. Qué mal se movía y qué cuerpo tan bonito tenía, con dos tetas como dos soles y dos piernas que había que ver. Tenía un carácter fantástico, siempre sonriente, siempre a punto para las bromas, que contaba chistes como nadie, y tan cariñosa que era. Y mírala ahora, hecha un trapo. También a ella se le han formado bolsas bajo los ojos y también tienen la mirada turbia, y se ha puesto hecha una vaca, ¿pero qué edad tendrá ahora la Pilar? Pero si es cinco años más joven que tú Salvador, y parece que sea tu abuela. Ahí la tienes, con una bata tuya que arrastra por el suelo, y con esa cara de desastre, y abre la boca para graznar, que sólo la abre para graznar, la tía.
- A ver si acabas del cuarto de baño, que estamos esperando…
Prótesis. Andreu Martín
Esta forma de narración se puede combinar con el narrador omnisciente, dándole una mayor variedad y riqueza. Mira qué bien lo hace Andreu Martín:
Salvador Gallego Perea es un hombre cansado desde primera hora de la mañana. Hasta un momento determinado de su vida (él dice que hasta el día en que se casó), no había nadie tan vital y tan buen mozo como él. Ahora, cada vez que se mira al espejo, siente nostalgia de otros tiempos mejores. Se le han formado bolsas bajo los ojos y sus pupilas son inexpresivas como las de un pez. Trata de recordar cuando era un tipo elegante, bien plantado, de sonrisa constante y cautivadora, cuando se llevaba de calle a todas las hembras que le gustaban y cuando en la Brigada con él entraba la alegría, las bromas, las risas y las palmaditas en la espalda. Todo eso ha quedado tan lejos ya, ha tenido tantas decepciones desde entonces… Hubo una época en que se palpaba la barriga creciente y pensaba “Te tienes que cuidar, tú” Ahora está hecho un tonel. Ya se sabe, la bebida, la desgana, total… Le echa la culpa de todo a la Pilar. Delante del espejo, abre la boca en una mueca, en un esfuerzo por poner todos sus dientes al descubierto. Ve nicotina, y sarro, y caries, y recuerda sus sonrisa deslumbrante cuando entraba en las salas de fiestas y todas las tías le enseñaban el escote, ofreciéndose gratis, ¡gratis, todas las que quieras!, y cierra la boca porque le da asco. Todo le da asco, ya. Le da asco la casa en que vive y la mujer con quien vive, y los dos hijos que tienen, que más valiera no haberlos tenido, granujas que están hechos. Y, lo peor de todo es que se da asco a sí mismo. Si no se hubiera casado, no tendría esa barriga ni esa pinta de amargado, porque la culpa de todo la tienen Pilar.
Y mira que era guapa la Pilar. Y mira que tenía cosas que agradecerle a él. Trabajaba de bailarina en el Molino y, de no ser por él, habría terminado en la Bodega Bohemia, haciendo el ridículo, o de pajillera en el Barrio Chino, porque se movía como un burro cargado de pienso, pobrecita. Qué mal se movía y qué cuerpo tan bonito tenía, con dos tetas como dos soles y dos piernas que había que ver. Tenía un carácter fantástico, siempre sonriente, siempre a punto para las bromas, que contaba chistes como nadie, y tan cariñosa que era. Y mírala ahora, hecha un trapo. También a ella se le han formado bolsas bajo los ojos y también tienen la mirada turbia, y se ha puesto hecha una vaca, ¿pero qué edad tendrá ahora la Pilar? Pero si es cinco años más joven que tú Salvador, y parece que sea tu abuela. Ahí la tienes, con una bata tuya que arrastra por el suelo, y con esa cara de desastre, y abre la boca para graznar, que sólo la abre para graznar, la tía.
- A ver si acabas del cuarto de baño, que estamos esperando…
Prótesis. Andreu Martín
Y ya has leído bastante por ahora. Te toca practicar: Deberás
contar un momento de tu historia utilizando, en todo o en parte, un
"narrador omnisciente desde el punto de vista subjetivo de algún personaje". !A trabajar!
Narrador observador externo
(u objetivo): Sólo
cuenta lo que ve, lo que sabe de los personajes externamente: lo que hacen y lo
que dicen, pero no puede conocer sus pensamientos, ni sensaciones. Como el
narrador omnisciente, cuenta en 3ª persona, pero lo hace como si fuera una fría
y desinteresada cámara cinematográfica: recogiendo objetivamente sus acciones y
transcribiendo sus diálogos con fidelidad.
Se
consigue con él una gran objetividad, un tono neutro. La dificultad de este narrador es cómo
dar con él profundidad a los personajes. Para superar este problema hay que
seleccionar los detalles externos que revelen el carácter. También a través de
los diálogos se puede construir la interioridad de los personajes. Tampoco se suelen expresar las
relaciones causa-efecto, los acontecimientos se suceden uno detrás de otro. Por
eso en la escritura se tiende a las frases breves, coordinadas o yuxtapuestas.
(En Sólo pueden ahorcarle una vez de D. Hammett se usa este narrador.)
Un famoso escritor contemporáneo de novela negra, Juan
Madrid, te muestra cómo funciona este narrador:
La puerta del bar estaba pintada de naranja pálido y
en la puerta había un rótulo encendido en el que estaba escrito: Casa Domingo,
Comidas y Cenas. Pasó dentro y saludó con una inclinación de cabeza a un sujeto
con cara de indio, calvo, que le manoseaba las caderas a una mujer con el cabello
tintado de rosa.
Atravesó un pasillo mal iluminado y se detuvo frente
a una puerta verde en la que ponía Privado, con letras negras. Un olor agrio de
orines viejos le llegó a oleadas.
Estuvo unos segundos frente a la puerta, escuchando
los rumores del tipo calvo y la risa gorgojeante de la mujer, y, tras esa
vacilación, entró sin llamar.
La habitación era pequeña, sin ventanas y estaba
amueblada con una mesa camilla cubierta por un tapete de hule azul de plástico,
tres sillas dispares y un reloj, antiguo, de pared.
Un hombre gordo y grande detuvo su deambular por la
habitación y dijo:
-¿Crees que soy una de tus putas, Negro de
mierda? -su voz semejaba un graznido-. Llevo
media hora esperándote.
El otro se sentó en una de las sillas y se pasó la
mano por la frente. El hombre gordo y corpulento se le acercó, le tomó de las
solapas de la chaqueta y casi lo levantó en vilo. Después lo soltó de golpe y
le abofeteó con la mano abierta en un rápido un, dos. El de la cara renegrida
lanzó un gemido.
-¡Qué coño te ocurre! ¡Quieres que te pida audiencia!
-No puede ser, jefe -murmuró.
-¡Qué estás diciendo! -volvió a cogerlo por las
solapas y el de la cara renegrida se echó atrás en la silla. El gordo lo agitó
como si fuera unas maracas-. ¡Repíteme eso Y te machaco, Negro! ¡Vamos, dame el
gustazo de aplastarte, cucaracha de mierda!
-De verdad, jefe -susurró y su voz parecía el
chirrido de una puerta al cerrarse-. Los hermanos Pardal sospechan de mí. Lo
del Moro les ha puesto sobre aviso. Lo juro por mi madre, jefe.
-Tú no tuviste madre. Cierra el pico y no te
lamentes, porque va a ser peor lo que vamos a hacerte nosotros si no nos echas
una manita, Negro. ¿Cabe esto en tu cabeza llena de mierda?
No hables demasiado. 1986
Y aquí un ejemplo de El halcón maltés, de Dashiell Hammet:
Al doblar la
esquina del pasillo que llevaba al ascensor, unos minutos después de las seis
de la mañana, Spade vio una luz amarillenta a través del cristal esmerilado de
la puerta de su despacho. Se detuvo bruscamente, apretó los labios, miró en
ambas direcciones del corredor y avanzó hacia la puerta con zancadas silenciosas
y rápidas.
Puso la mano sobre la bola de la puerta y la hizo girar con cuidado para que no hiciera el menor ruido. La hizo girar hasta el límite. La puerta estaba cerrada con llave. Sin soltar la bola, cambió de mano, sujetándola ahora con la izquierda. Se sacó las llaves cuidadosamente del bolsillo, para que no hicieran ruido al entrechocar las unas contra las otras. Separó la llave del despacho y . ahogó todo posible ruido de las demás llaves apretándolas en la mano mientras metía la .primera por el ojo de la cerradura. Tampoco esta vez hizo ruido alguno. Se afianzó sobre las puntas de los pies, se llenó de aire los pulmones, hizo girar la llave, abrió la puerta y entró.
Puso la mano sobre la bola de la puerta y la hizo girar con cuidado para que no hiciera el menor ruido. La hizo girar hasta el límite. La puerta estaba cerrada con llave. Sin soltar la bola, cambió de mano, sujetándola ahora con la izquierda. Se sacó las llaves cuidadosamente del bolsillo, para que no hicieran ruido al entrechocar las unas contra las otras. Separó la llave del despacho y . ahogó todo posible ruido de las demás llaves apretándolas en la mano mientras metía la .primera por el ojo de la cerradura. Tampoco esta vez hizo ruido alguno. Se afianzó sobre las puntas de los pies, se llenó de aire los pulmones, hizo girar la llave, abrió la puerta y entró.
Allí estaba
Effie, dormida, con la cabeza descansando sobre un antebrazo apoyado en la
mesa. Tenía puesto el abrigo y otro de Spade, a guisa de capa. Spade dejó
escapar de los pulmones el aire convertido en risa apagada, cerró la puerta a
su espalda y se dirigió hacia la segunda. El segundo despacho estaba vacío. Volvió
junto a la muchacha y le puso una mano en el hombro.
Effie se movió ligeramente. La cabeza
medio dormida se levantó y sus párpados temblaron. Se enderezó repentinamente
y abrió los ojos por completo. Vio a Spade, sonrió, se recostó en la silla y se
restregó los ojos con los dedos.
¿Qué emociones están sucediendo en el personaje, que el narrador no puede contar desde su interior?
¿Qué emociones están sucediendo en el personaje, que el narrador no puede contar desde su interior?
Demuestra lo que has aprendido:
Cuenta, de tu relato, un momento de especial intensidad emotiva, de tensión en
los personajes, utilizando este narrador. ¡A ver si te luces!
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