viernes, 21 de febrero de 2014

La Narración. Construir un relato policial (6): La organización del relato


Tienes ya una historia (un argumento), un narrador elegido y algunas páginas escritas. 

 Ahora hace falta un plan: vamos a pensar en cómo se puede organizar lo que vas a escribir
 No es fácil, no creas que se trata de contar linealmente desde el principio (¿cuál es el principio de una historia?) hasta el final todo lo que hacen y lo que les sucede a tus personajes. Eso está bien para los cuentos infantiles, pero tú ya tienes una edad y puedes atreverte con otras posibilidades.
                Las formas de organizar un relato son infinitas, cada relato tiene la suya propia. Tú decidirás cómo lo vas a hacer, aquí sólo voy a mostrarte algunas posibilidades.
                1. En principio está claro que no toda la historia se puede contar en el relato, hay que seleccionar, y se seleccionan los hechos más importantes de la acción, los detalles más significativos, lo superfluo se elimina. Pues bien incluso con esto se puede jugar, por ejemplo ocultando un dato importante que sólo al final será revelado. La novela policial lo hace, no revela la personalidad del asesino más que al final. Pero ¿qué sucedería si sustituyésemos este dato de intriga por otro, por ejemplo: la personalidad de la víctima, que no es quien se pensaba, con lo cual al final tendríamos que darle otra interpretación a todo lo leído. Eso es lo que pasa con el cuento La mirada de Juan Madrid: parecía que el atraco había sido realizado por adultos y, la final, nos sorprende con que se trataba de dos niños.
                2. Vamos a observar cómo algunos elementos del relato pueden influir en la estructura:

                a) La perspectiva del narrador. La utilización de una forma de contar implica ya una determinada estructura, como sucede en este relato, Nunca vio su cara, de Ángeles Caso contado con dos perspectivas:
  
Abrió los ojos y miró con miedo a su alrededor. Estaba oscuro y tuvo que incorporarse para ver mejor. Pero un fuerte dolor en los tobillos se lo impidió. Entonces no le quedó más remedio que comprender: estaba atado. Atado con
cadenas, como si fuera algo peor que un animal. Y le fue preciso recordar: había salido con los demás de caza. Cantos, risas y el silencio súbito ante la intuición de la presa próxima. Luego, aquella avalancha imprevista, gritos, golpes, el dolor, la oscuridad... Los ojos se le llenaron de lágrimas de espanto. Junto a él, decenas de ojos amigos lloraban en silencio de espanto.
Abrió los ojos y sonrió. Le gustaba despertarse así, con la música del laúd que la esclava tocaba con tanta suavidad como alegría. Comenzaba una nueva jornada en la que no tendría nada que hacer, como durante las 5.915 vividas hasta entonces y anotadas en el cuadro de marfil que su abuela le había regalado en su nacimiento. Tan sólo jugar con sus primas y hermanas, escuchar alguna lectura, dejarse bañar y arreglar por las esclavas y, de cuando en cuando, ir al palacio del abuelo. Eso era todo. Casi nada que hacer y no pensar demasiado.
Le separaron de los demás. Le dijeron que se ocuparía de remar. Le explicaron que, como los otros siete esclavos, tenía que estar siempre preparado para llevar a las princesas desde su palacio al del rey, al otro lado del río. Le hicieron saber violentamente que jamás debía mirar a las mujeres. Bajo ningún pretexto. El más pequeño intento o error sería considerado como falta grave. Como castigo, la muerte. A cambio de su prudencia y de la fuerza de sus brazos, comida y un lugar recogido donde dormir. Comprendió tristemente: la vida sin vida.
Se le había olvidado que aquel día era fiesta y toda la familia debía reunirse en el palacio del abuelo, blanco y verde. Así que pasó la mañana eligiendo las mejores sedas y se hizo perfumar con agua de rosas y jazmín. Le gustaba aquel olor.
Los gritos del jefe de los remeros anunciaron la llegada de las princesas. Hizo como todos: se arrodilló y pegó la cabeza al suelo para no verlas. Al pasar, sintió el roce de sus pies en la arena. Y le llegó el olor de su perfume. Rosas y jazmín.
Como siempre, la ceremonia la aburrió. Tantas reverencias, tantos saludos respetuosos a mujeres cuyos nombres ignoraba, pero a las que le unía la sangre...Y el abuelo, distante, frío, guardando siempre las formas. Recordó una vez más los años en que él sólo era príncipe heredero y ella una niña pequeña, y él iba a verla y la acariciaba, y ella le hacía tantas preguntas y él le contaba mil historias maravillosas. Ahora era un rey y la ternura se había acabado.
Esperó su regreso con el cuerpo y el alma tensos. Necesitaba saber si volvería a sentir el mismo olor y notaría de nuevo el calor de su cuerpo cerca. Era lo único que podía ocuparle el pensamiento. Aquello y la muerte. Pero no debía pensar en la muerte. La esperó.
Caminó hacia la barca cansada, con ganas de llegar a casa y sentirse de nuevo tranquila. Las demás reían. Apartó el velo de su cara, pues ningún hombre estaba cerca. Respiró hondo y miró más allá del río. El sol estaba ocultándose y la ciudad, a lo lejos, cambiaba de color, semejante a una miniatura. Se volvió a mirar las montañas del otro lado, pero sus ojos se quedaron quietos cerca del agua. Como algo inevitable, ahí estaba la espalda de uno de los remeros, inclinada sobre el río, con la cabeza baja y fija para no verla nunca... Nunca había mirado la espalda de un remero. Sintió frío.
Aprendió a reconocerla por el ruido de sus pasos, por el olor único de su cuerpo, por el ritmo del crujido de sus ropas. Y por su sombra, que espiaba con los ojos pegados a la tierra. La sentía acercarse a él, acariciar su cuello y su espalda, apretarse tibia contra su cuerpo inclinado. Entonces la besaba. Besaba el suelo, apretando su cara contra él, porque su sombra estaba allí. Entregada.
De noche no podía dormir.
Ella lo inundaba todo.
Lo reconocía entre todos. Inventaba excusas para visitar cada día el palacio del abuelo. Y cada día se arreglaba como si fuera una novia conducida por primera vez ante el hombre que la iba a poseer y que debía desearla. Cada día sentía cómo el corazón le latía fuerte al acercarse al embarcadero, cómo se le estremecía todo el cuerpo cuando llegaba junto a él y su sombra acariciaba su espalda, y durante un momento permanecía quieta, apretando la sombra contra su cuerpo, atravesándolo y recibiendo sus labios. Sabía que él la besaba.
En la barca se quitaba el velo y seguía con los ojos cada uno de sus movimientos. Conocía de memoria la forma de su espalda y de sus brazos, sabía cuándo los músculos estaban en tensión y cuándo descansaban, reconocía los distintos tonos de su piel a cada hora del día, en las diferentes luces.
Sólo soñaba con él. Deseaba ver su rostro. Lo deseaba más que el aire y que el pan.
El dolor era insoportable. Sabía que ella lo estaba mirando un día más y no podía mirarla. Pero tenía que mirarla. Sólo un segundo. Necesitaba ver durante un segundo cómo eran sus ojos y su boca, y el color de su pelo y la forma de sus manos, para poder soñar con ella. Tenía que mirarla durante un segundo para poder dormir. Apretó el remo con fuerza y comenzó a mover la cabeza despacio, con miedo a que alguien oyese el crujido de sus huesos al girar, el roce de su pelo en el aire.
Ella se tapó la boca para no gritar. Se estaba volviendo y vería su cara. Al fin podría ver su cara y dibujarla con las manos en la almohada, por la noche, para besarla después. Lo vería ahora mismo. Aunque sólo fuera durante un segundo. Perderse en sus ojos un segundo.
A sus espaldas, la vieja esclava lanzó un chillido. Se giró hacia ella y vio cómo señalaba con espanto al remero. Cuando se volvió de nuevo hacia él, su rostro estaba otra vez hundido en el suelo.
Se sintieron ciegos y lloraron en silencio. Tapada por el velo. Inclinado sobre el río.
La vieja esclava habló.
Le cortaron la cabeza a las cinco.
A las cinco, descolgó el cuadro de marfil en el que habían anotado el día 6.150 de su vida. Sacó de la parte de atrás el frasquito que la abuela le había regalado unas horas antes de morir. Olía a rosas y a jazmín. Lo echó en la copa de plata y se sentó en la ventana, mirando hacia el embarcadero.
La enterraron dos días después, en el cementerio real, entre los llantos en mil tonos diferentes de todas las mujeres de la familia.
A él lo tiraron a los perros favoritos del rey. En castigo por haberse atrevido a mirar lo que ningún hombre podía ver.
Él nunca vio su cara.
Ella nunca vio su cara.



               b) El tiempo. A este elemento del relato le dedicaremos un capítulo especial, ahora nos interesa comprobar cómo la forma de tratar el tiempo puede ser el principio que organice el relato. Se puede hacer siguiendo el orden cronológico, de comienzo a fin, o se puede alterar ese orden. Un ejemplo: El relato de Julio Llamazares Luna de lobos cuenta una historia de guerrilleros que dura diez años. El relato se estructura en cuatro partes, y cada una de ellas cuenta lo que sucede en unos días de cada uno de estos años: 1937, 1939, 1943 y 1946. El orden le viene dado por esa selección de momentos temporales.
                c) El espacio. Puede ser éste el elemento ordenador del relato; hay relatos que se sitúan en un lugar colectivo (escalera, café, trabajo...), es el lugar el "protagonista" del relato, quien pone en relación a los personajes (ejp. Cameracafé).  Imagínate un relato que cuenta primero en una secuencia lo que sucede en un lugar y unos personajes; en la segunda secuencia nos sitúa en otro lugar y con otros personajes; sólo en la tercera secuencia (y final) se descubre la relación entre unos y otros. En el relato de Juan Madrid todo sucede un un mismo lugar, la comisaría.


3. El montaje.
     a) Un relato literario  es una unidad. Y eso es debido a que posee una estructura común a todos los relatos: una presentación (de personajes y situaciones), un desarrollo (el proceso de la acción) y un desenlace. Estas tres partes


dan unidad al relato. Lo que sucede es que sólo en las narraciones más tradicionales se hace explícito este esquema, lo normal (y original) es que, sabiendo que esto existe, se presente de forma más personal y creativa.
                Así comienza una narración convencional:


Cuentan los hombres dignos de fe (pero sólo Alá es omnisciente y poderoso y misericordioso y no duerme), que hubo en el Cairo un hombre poseedor de riquezas, pero tan magnánimo y liberal que todas las perdió menos la casa de su padre, y que se vio forzado a trabajar para ganarse el pan. Trabajó tanto que el sueño lo rindió una noche debajo de una higuera de su jardín y vio en el sueño un hombre empapado que se sacó de la boca una moneda de oro y le dijo: "Tu fortuna está en Persia, en Isfaján; vete a buscarla."
A la madrugada siguiente se despertó y emprendió el largo viaje y afrontó los peligros de los desiertos., de las naves, de los piratas, de los idólatras, de los ríos, de las fieras y de los hombres. Llegó el fin a Isfaján, pero en el recinto de esa ciudad lo sorprendió la noche y se tendió a dormir en el patio de una mezquita. Había, junto a la mezquita, una casa y por el Decreto de Dios Todopoderoso, una pandilla de ladrones atravesó la mexquita y se metió en la casa, y las personas que dormían se despertaron con el estruendo de los ladrones y pidieron socorro. Los vecinos también gritaron, hasta que el capitán de los serenos de aquel distrito acudió con sus hombres y los bandoleros huyeron por la azotea. El capitán hizo registrar la mezquita y en ella dieron con el hombre de El Cairo, y le menudearon tales azotes con varas de bambú que estuvo cerca de la muerte.
A los dos días recobró el sentido en la cárcel,. El capitán lo mandó buscar y le dijo: "¿Quién eres y cuál es tu patria?. El otro declaró: "Soy de la ciudad famosa de El Cairo y mi nombre es Mohamed El Magrebí." El capitán le preguntó: "¿Qué te trajo a Persia?". El otro optó por la verdad y le dijo: "Un hombre me ordenó en un sueño que viniera a Isfaján, porque ahí estaba mi fortuna. Ya estoy en Isfaján y veo que esa fortuna que prometió deben ser los azotes que tan generosamente me diste".
Ante semejantes palabras, el capitán se rió hasta descubrir las muelas del juicio y acabó por decirle: "Hombre desatinado y crédulo, tres veces he soñado con una casa en la ciudad de El Cairo en cuyo fondo hay un jardín, y en el jardín un reloj de sol y después del reloj de sol una higuera y luego de la higuera una fuente, y bajo la fuente un tesoro. No he dado el menor crédito a esa mentira. Tú, sin embargo, engendro de una mula con un demonio, has ido errando de ciudad en ciudad, bajo la sola fe de tu sueño. Que no te vuelva a ver en Isfaján. Toma estas monedas y vete".
El hombre las tomó y regresó a la patria. Debajo de la fuente de su jardín que era la del sueño del capitán) desenterró el tesoro. Así Dios le dio bendición y lo recompensó y exaltó. Dios es el Generoso, el Oculto.
(Del libro las 1001 Noches, noche 351)
"Historia de los dos que soñaron". J. L. Borges


El atractivo de este relato no está en el esquema organizativo, que es convencional, sino en la sorpresa final (¿Ves la importancia?). Otros relatos huyen de lo convencional, como éste:

El día que lo iban a matar, Santiago Nasar se levantó a las 5.30 de la mañana para esperar el buque en que llegaba el obispo. Había soñado que atravesaba un bosque de higuerones donde caía una llovizna tierna, y por un instante fue feliz en el sueño, pero al despertar se sintió por completo salpicado de cagada de pájaros. «Siempre soñaba con árboles», me dijo Plácida Linero, su madre, (…) Tenía una reputación muy bien ganada de intérprete certera de los sueños ajenos, siempre que se los contaran en ayunas, pero no había advertido ningún augurio aciago en esos sueños de su hijo.
Tampoco Santiago Nasar reconoció el presagio. Había dormido poco y mal, sin quitarse la ropa, y despertó con dolor de cabeza y con un sedimento de estribo de cobre en el paladar, y los interpretó como estragos naturales de la parranda de bodas que se había prolongado hasta después de la medianoche. Más aún: las muchas personas que encontró desde que salió de su casa a las 6.05 hasta que fue destazado como un cerdo una hora después, lo recordaban un poco soñoliento pero de buen humor, y a todos les comentó de un modo casual que era un día muy hermoso. Nadie estaba seguro de si se refería al estado del tiempo. Muchos coincidían en el recuerdo de que era una mañana radiante con una brisa de mar. Pero la mayoría estaba de acuerdo en que era un tiempo fúnebre, con un cielo turbio y bajo y un denso olor de aguas dormidas, y que en el instante de la desgracia estaba cayendo una llovizna menuda como la que había visto Santiago Nasar en el bosque del sueño. Yo estaba reponiéndome de la parranda de la boda en el regazo apostólico de María Alejandrina Cervantes, y apenas si desperté con el alboroto de las campanas tocando a rebato, porque pensé que las habían soltado en honor del obispo.
Crónica de una muerte anunciada. G. García Márquez
                b) De la misma forma que una sinfonía musical se divide en "movimientos", una novela suele estar articulada en "capítulos". Van destacados en la presentación, separándose en hoja aparte y numerándose convenientemente.
                c) Un relato breve como el que tú tienes que construir, se suele articular en "secuencias". La secuencia es la unidad de contenido del relato, porque en ella están sus tres componentes básicos: Tiempo, Lugar y Personajes. Una secuencia es lo que hacen los mismos personajes en el mismo lugar durante un tiempo ininterrumpido. [En el relato La aventura de la acróbata ahorcada las secuencias están perfectamente delimitadas por un espacio y suelen comenzar con indicaciones del cambio de tiempo, lugar o personajes]

                Las secuencias no siempre aparecen una detrás de otra, sin más, pueden simultanearse (si es eso lo que se pretende): podemos fragmentar una secuencia e intercalar en ella partes de otra secuencia. Por ejemplo, mientras vemos cómo se está organizando el asalto a una farmacia, asistimos a lo que sucede en el interior de ésta.

                También puedes utilizar el encadenado cinematográfico de las secuencias.
                d) En el relato cinematográfico la unidad más pequeña que la secuencia es "el plano", el enfoque distintivo con el que se presenta a los personajes, objetos y espacios. Pero esta información es mejor que la recibas en imágenes. [Vídeo Lenguajedel cine 1 (0.28 Planos escenas  y secuencias)] (Ver un buen plano secuencia en Sed de mal)

                 e) Además de cuidar la disposición de las partes del relato, debes preocuparte por darle un comienzo atractivo (ya sabes no sirve aquello de "Caperucita era una niña..."). Pero incluso es más importante el cierre del relato (recuerda la sorpresa, el as en la manga, que has pensado guardar para el final ¡Es muy importante). Comprueba qué dejan para el final los relatos de la antología.

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Quiénes somos

Éste es el blog del Departamento de Lengua del IES Manuel Gutiérrez Aragón de Viérnoles (Cantabria). Con este título queremos hacer un homenaje a Rafael Barrett, escritor contemporáneo a la Generación del 98, nacido en Torrelavega, muy poco conocido en nuestro país pero una figura fundamental en la literatura y la cultura de Sudamérica, especialmente en Paraguay, país donde vivió intensamente y escribió lo mejor de su obra. Comprometido con su tiempo, Mirando vivir es el título con el que se publicaron sus artículos periodísticos en 1912. Mirar la vida es, precisamente, la función de la escritura literaria, que observa, analiza con una mirada especial la vida de los seres humanos. Barret -ingeniero, matemático, periodista, narrador, ensayista- fue un anarquista no violento que jugó siempre la carta de los perdedores y denunció las raíces de los males sociales. En 2010 se cumplen cien años de su muerte, un buen pretexto para recuperarlo.