En la historia,
en la realidad o la fantasía que se toma como tal, las acciones se producen: a
la vez (simultáneas) y también unas detrás de otras (consecutivas). En el relato,
por exigencia del lenguaje que es lineal, las acciones deben ser contadas unas
detrás de otras, en una sola dimensión.
Ese carácter lineal del relato
hace que la forma en que se lleva el tiempo de la historia sea
"especial", y que el autor lo organice como a él le interese. Veamos,
detenidamente, cómo se puede llevar el tiempo de la historia al relato:
El orden temporal.
Puede
parecer lo normal que lo que se va a contar empiece por el principio y acabe
por el final. Así se hacía, más o menos, en las narraciones tradicionales, y
así lo hacen en general algunos relatos actuales, pero...
Cualquier transgresión a este orden tendrá algún interés expresivo. Recuerda que el narrador no pretende contar una historia por afán de informar; tampoco los chistes tienen esa finalidad.
Cualquier transgresión a este orden tendrá algún interés expresivo. Recuerda que el narrador no pretende contar una historia por afán de informar; tampoco los chistes tienen esa finalidad.
Pero
aunque se cuente siguiendo el orden lineal progresivo, nunca hay un paralelismo
perfecto, pues siempre se acude a hechos sucedidos con anterioridad, para
proporcionar información sobre los personajes o las situaciones (estos saltos
atrás en el orden temporal se llaman en cine Flash back (Lo vemos en esta escena de la película El show de Truman y lo puedes comprobar en los
dos primeros párrafos del relato de P. Highsmith Un curioso suicidio, p. 233).
Además hay hechos que suceden a la vez y sólo pueden ser
contados primero uno y luego el otro. La alteración del orden convencional en
los relatos es bastante frecuente e intencionada. Observa el comienzo de este
cuento de Alejo Carpentier:
Entonces el negro viejo, que no se había movido, hizo
gestos extraños, volteando su cayado sobre un cementerio de baldosas.
Los cuadros de mármol, blancos y negros volaron a los
pisos, vistiendo la tierra. Las piedras, con saltos certeros, fueron a cerrar
los boquetes de los muros. Hojas de nogal claveteadas se encajaron en sus
marcos, mientras los tornillos de las charnelas volvían a hundirse en sus
hoyos, con rápida rotación. En los canteros muertos, levantadas por el
esfuerzo de las flores, las tejas juntaron sus fragmentos, alzando un sonoro
torbellino de barro, para caer en lluvia sobre la armadura del techo. La casa
creció, traída nuevamente a sus proporciones habituales, pudorosa y vestida. La
Ceres fue menos gris. Hubo más peces en la fuente. Y el murmullo del agua llamó
begonias olvidadas.
El viejo introdujo una llave en la cerradura de la puerta
principal, y comenzó a abrir ventanas. Sus tacones sonaban a hueco. Cuando
encendió los velones, un estremecimiento amarillo corrió por el óleo de los
retratos de familia, y gentes vestidas de negro murmuraron en todas las
galerías, al compás de cucharas movidas en jícaras de chocolate.
Don Marcial, Marqués de Capillanías, yacía en su lecho de
muerte, el pecho acorazado de medallas, escoltado por cuatro cirios con largas
barbas de cera derretida.
Los cirios crecieron lentamente, perdiendo sudores. Cuando
recobraron su tamaño, los apagó la monja apartando una lumbre. Las mechas
blanquearon, arrojando el pabilo. La casa se vació de visitantes y los
carruajes partieron en la noche. Don Marcial pulsó un teclado invisible y abrió
los ojos. Confusas y revueltas, las vigas del techo se iban colocando en su lugar. Los pomos de medicina, las borlas de
damasco, el escapulario de la cabecera, los daguerrotipos, las palmas de la
reja, salieron de sus nieblas. Cuando el médico movió la cabeza con desconsuelo
profesional, el enfermo se sintió mejor. Durmió algunas horas y despertó bajo
la mirada negra y cejuda del Padre Anastasio. De franca, detallada, poblada de
pecados, la confesión se hizo reticente, penosa, llena de escondrijos. ¿Y qué
derecho tenía, en el fondo, aquel carmelita, a entrometerse en su vida? Don
Marcial se encontró, de pronto, tirado en medio del aposento. Aligerado de un
peso en las sienes, se levantó con sorprendente celeridad. La mujer desnuda
que se desperezaba sobre el brocado del lecho buscó enaguas y corpiños,
llevándose, poco después, sus rumores de seda estrujada y su perfume. Abajo, en
el coche cerrado, sobre el asiento, había un sobre con monedas de oro.
Don Marcial no se sentía bien. Al arreglarse la corbata
frente a la luna de la consola se vio congestionado. Bajó al despacho donde lo
esperaban hombres de justicia, abogados y escribientes, para disponer la venta
pública de la casa. Todo había sido inútil. Sus pertenencias se irían a manos
del mejor postor, al compás de martillo golpeando una tabla. Saludó y le
dejaron solo.
¿Qué ocurre aquí? ¿Es extraño, verdad? Se titula Viaje a la semilla
y está contado ¡literalmente al revés!, invirtiendo totalmente el orden
temporal de las acciones, como en un vídeo marcha atrás (En cine también
ocurre, ahí está la escena de la librería en la película Top Secret)
No es fácil -ni te lo aconsejo-
escribir un relato así, pero es una muestra de lo que se puede llegar a hacer.
Otra posibilidad más próxima es invertir
el orden las secuencias del relato.
Por ejemplo: contar una historia segmentada en varios momentos (secuencias) y,
en lugar de ordenarlos cronológicamente, hacerlo al revés (o modificar el orden
sólo de algunos). Estas cosas se suelen hacer por alguna razón, no sólo por
efectismo: para mantener una intriga, para reflejar mejor las causas que
empujaron a cierto final... (Algunos anuncios publicitarios emplean este
procedimiento narrativo, como éste de Ikea)
Con lo que has visto hasta ahora ya puedes pensar en trazar un plan definitivo para tu relato. Pon por
escrito:
-
El argumento: un resumen lineal de los hechos principales que
constituyen la historia que vas a contar (15-20 líneas).
-
El narrador que has elegido por fin.
-
La estructura que le vas a dar a la narración, el esquema de cómo vas
a organizar tu relato: partes, secuencias, orden…
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